Microrrelatos seleccionados 2015

Ganador:

«De seis a dos» de María Félez

Estaban cansadas. El trabajo había sido agotador. Los botes no habían dejado de pasar humeantes por la cinta mugrienta que les recibía cada madrugada. Las hermanas sabían
que pronto darían las dos y encontrarían esa libertad que tanto ansiaban. Los minutos las contradecían convirtiéndose en plomizas horas. No siempre había sido así en la famosa fábrica conservera calagurritana. Hubo un día en el que la amistosa charla entre compañeras había hecho que el reloj se apresurase; pero eso había cambiado desde que llegó ella. Hacía rato que no escuchaban a la histérica encargada bramar por los pasillos. A las dos serían libres. A partir de ese momento, nunca nadie sabría lo que habían hecho. Al menos hasta que en el próximo turno alguien abriese la olla en la que se cocían los botes. Pero de todas formas serían libres.


Mención especial:

«El héroe» de Javier Jiménez

Mientas consumía caminos del Perdiguero, pensaba qué significaba ser héroe. Todos hablaban de su hermano con ese término: padres, amigos, incluso los pocos vecinos que todavía les hablaban tras el Alzamiento y los primeros registros Nacionales. Un héroe, decían; un héroe. Y, mientras, cada día, con el miedo empapando sus huesos, quien cogía un atadillo con la escasa comida que tenían, cruzaba la ciudad y se adentraba en las arboledas de los Agudos silbando para llamar a su hermano el héroe era él. Cualquier día le pillarían y daría con sus carnes en una fría celda o quizá con sus huesos en una desconocida fosa. Le pillarían a él, a Miguel, no a Juan el héroe. Le pillarían a él, que sólo era buena persona, buen hermano y superviviente de los días infames. Él, y no el héroe, que tan sólo esperaba escondido en los montes mientras se arriesgaba Miguel. 


Finalistas:

«El afrancesado» de Antonio Martín Escorza

“El que esto lea tiene mi alma en sus manos. La maté por cobardía y hoy entierro mis queridos libros de Rousseau y Diderot. Si los encuentran, moriría como María Pineda, agarrotada hace tres días.
También me avergüenzo de haber inventado el remoquete de “Pepe Botella”. Es cierto que José Bonaparte incautó el vino de Calahorra, pero lo entregó a la tropa. Mi infamia, ahora, es historia.
El rey habló en nuestra catedral y me conmovieron sus proyectos: ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad…!
Los cerriles, en cambio, sólo escucharon blasfemias de un hijo de la revolución, proferidas en lugar sagrado.
Soy un librepensador con terror a dar su nombre. Querido paisano, mi alma es ahora tuya. Puedes darle vida o matarla para siempre”.
Carta y libros encontrados en Calahorra, año 2015, en un derribo. El capataz, tras años de paro, quemó todo para seguir trabajando sin retrasos.

«Duelo» de Plácido Romero

Cerró el visor y cogió la lanza que le tendía el escudero. Estudió en la distancia a su oponente mientras musitaba una oración. Sonaron los clarines. Espoleó a su caballo, que rápidamente pasó del trote al galope. Su oponente castellano se acercaba más y más. Apuntó la lanza al pecho y trató de mantenerla firme. En el último momento, cerró los ojos. Sintió un golpe brutal. Tardó un instante en levantarse. Vio que su oponente ya se había puesto en pie. Buscó la espada, pero por alguna razón no consiguió desenvainarla. El castellano levantó los brazos. Todos le aclamaban. No, no estaba derrotado. Gritó un desafío al castellano, que no le hizo caso. Martín Gómez tardó un buen rato en aceptar que había muerto.

«El tío Jorge» de Agustín González

─¡Apunten!
Ante Jorge, el cabrero, en un instante, desfila su vida, su familia, recuerdos…
No ha ido a la escuela, hay que ayudar en casa y cabrero es su profesión. Como su padre, el padre de su padre y el padre del padre de su padre.
Julio del 36. España se mata entre sí. Terror, guerra, represión. Calahorra no es ajena, ¿qué podía temer Jorge, el cabrero? Solo es un pastor, pobre, una buena persona que jamás ha hecho daño a nadie…
Otoño del 36. Unos caen. Otros huyen. Buscan refugio en los escarpados de los Agudos.
¿Cómo podía negarles Jorge, el cabrero, un poco de leche si pasaban por su viejo corral?
Resuenan aún las palabras del obispo Fidel en la homilía del 31 de agosto: “Dar de beber al sediento, dar de comer al hambriento…”. Misericordia.
No la hubo.
─¡Fuego!

«Muy Noble, Muy Leal y Fiel Ciudad» de Carmen Moreno Fernández

Pasé aquella noche en vela. El sol todavía no despuntaba sobre los tejados cuando bajé a las cocinas, levemente iluminadas con una lámpara de aceite. Y allí encontré a mi madre, con una porción de alimentos envueltos en un paño. Una madre vela la noche que su hijo se va, eso dijo. Muchos nos reunimos al margen de las murallas, voluntarios para la Guardia Pretoriana de Augusto, los soldados honrados con su custodia personal. Algunos de ellos volvieron la mirada atrás al comenzar aquel viaje. Me prometí volverla a ver, pero de frente, a mi regreso de aquel servicio, que nos había sido concedido por pertenecer a la urbe que tanta fidelidad a Roma había demostrado. Mi ciudad merecía algo más que un vistazo sobre el hombro. Muy Noble, Muy Leal y Fiel Ciudad.